Título de la edición original: Ablutions: Notes for a Novel Primera edición en Libros del Silencio: septiembre de 2010 Patrick dewitt, 2009 de la traducción, Javier Calvo, 2010 de la presente edición, Editorial Libros del Silencio, S. L. [2010] Provença, 225, entresuelo 3.ª 08008 Barcelona +34 93 487 96 37 +34 93 487 92 07 www.librosdelsilencio.com Diseño de colección: Nora Grosse, Enric Jardí ISBN: 978-84-937856-3-5 Depósito legal: B-30.112-2010 Impreso por Romanyà Valls Impreso en España - Printed in Spain Todos los derechos reservados. Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo públicos.
A mi padre, Gary dewitt, el último de los viejos y osados pilotos
UNO
Habla de los clientes habituales. Están todos sentados en fila, como pajarracos feos y encorvados, con las miradas humedecidas en alcohol. Susurran con la copa frente a la boca y parecen regodearse en algo, nunca sabrás en qué. Algunos tienen trabajos, hijos, cónyuges, coches e hipotecas, mientras que otros viven con sus padres o bien en moteles de paso y subsisten gracias a una ayuda del gobierno; una curiosa mezcla de clases característica de las partes de Hollywood desprovistas de focos reflectores y de ilusionismo. A veces en la acera de enfrente se paran limusinas; otras noches el programa incluye coches patrulla y ambulancias y escenas de violencia callejera. El interior del bar parece un transatlántico hundido de principios de la década de 1900, todo caoba y latón, cuero de color negro y burdeos cubierto de polvo y ceniza. Es imposible saber cuántas veces el local ha cambiado de manos. Los clientes habituales se tratan con calidez, pero por lo general van y vienen solos, y que tú sepas nunca se visitan en sus casas. Esto hace que te sientas solo y te da la impresión de 9
patrick dewitt que el mundo en el fondo está lleno de frialdad y de mezquindad, y te recuerda al dicho «sálvese quien pueda», que de niño te daba ganas de tumbarte y dejar que alguien «te matara». No es que te tomes demasiado en serio la definición norteamericana de la palabra, pero supones que esa gente son alcohólicos. Tú les caes bien, o por lo menos están acostumbrados a ti, y cuando pasas por su lado alargan el brazo para tocarte como si fueras un amuleto de esos que usan los jugadores. Antes esto te resultaba asqueroso y hasta rodeabas la barra con la espalda pegada a la pared para no tener que atravesar esa red de manos rojas y carnosas, pero te has reconciliado con esa atención y se ha vuelto familiar, incluso agradable. Ahora te parece más un elogio que una intromisión, un acto de reconocimiento a lo difícil de tu tarea, y los saludas con la cabeza y sonríes mientras las manos te agarran por la cintura, frotándote y palmeándote la espalda y la barriga. Desde tu puesto en la entrada de la barra lateral contemplas cómo se contemplan a sí mismos en el espejo de detrás de la barra. Acicalándose, picoteándose, satisfechos con sus reflejos: Qué es lo que ven en sus siluetas tenebrosas? Sientes mucha curiosidad por las vidas que tenían antes de instalarse aquí. Por extraño que resulte, debían de ser clientes habituales de algún otro bar de Hollywood, pero cambiaron de sitio o bien les pidieron que cambiaran, de manera que buscaron un nuevo refugio y se acomodaron con la primera cerveza gratis o la primera palabra amable, con algún chiste malo del camarero, apenas reconocible de tantas veces que lo ha contado. Y los clientes habituales se volvieron para contar el chiste una vez más. 10
abluciones También te preguntas por sus vidas presentes, pero no sirve de nada hacer indagaciones: todos los clientes habituales son unos mentirosos sensacionales. Y sin embargo, quieres saber qué hay en sus existencias que alimenta esa necesidad de habitar no solamente el mismo edificio todas las noches, sino también el mismo taburete, donde se sientan para dar sorbos de la misma bebida. Y si un barman se olvida de lo que bebe siempre alguno de los clientes habituales, ese cliente se queda dolido y le aflora a los ojos un sufrimiento desconsolado. Por qué? Te irrita darte cuenta de que la verdad nunca saldrá a la luz de forma espontánea, sino que te obligará a permanecer siempre atento en busca de pistas. En la época en que empiezas a trabajar en el bar bebes Clay more, el menos caro, también conocido como whisky escocés de garrafón. Era la marca que consumías cuando no te dedicabas a esto, y ahora estás contento de haber dado por fin con un suministro interminable y gratuito. Ya llevas dos años en el bar, bebiendo Claymore en grandes cantidades, a veces solo y a menudo con ginger ale o con cola, cuando el encargado, Simon, te pregunta por qué no bebes licores de calidad. Este trabajo no tiene muchas ventajas, pero yo por lo menos bebo alcohol del mejorcito te dice. De manera que te dedicas a probar un escocés o un whisky distinto cada noche. En el bar hay más de cuarenta y cinco marcas de escocés y de whisky, y la misión te deja bastante cansado, pero por fin encuentras ese licor de calidad del que 11
patrick dewitt hablaba Simon. Siendo como eres alguien que se pasa mucho tiempo rodeado de alcohol, la gente te pregunta a menudo qué bebes, y ahora ya no te encoges de hombros ni carraspeas, sino que levantas la vista y dices con firmeza: Bebo whisky irlandés John Jameson de primera. Te enamoras del whisky irlandés Jameson. Antes, cuando tenías en las manos una botella de alcohol, te reconfortaba la idea de que su contenido iba a mitigar y a intensificar al mismo tiempo tu limitado panorama del mundo, pero no te importaba la botella en sí, como ahora el Jameson, no te dedicabas a reseguir con los dedos las letras en relieve ni tampoco examinabas la exquisita tipografía. Una noche estás solo en la barra del fondo, haciendo precisamente eso tienes la botella en las manos y estás mirando embelesado las florituras que hay en la base de la etiqueta, y el nombre John Jameson hace que te venga a la cabeza la canción infantil John Jacob Jingleheimer Schmidt. La estás tarareando para ti mismo cuando Simon, el responsable de que hayas descubierto el whisky Jameson, entra en el bar cantando en voz alta la misma canción. Te saluda con la mano, pasa de largo y se mete detrás de la barra delantera, y tú te quedas mirándolo pasmado porque no hay explicación para una coincidencia tan enrevesada, y te da la sensación de que te acaba de visitar la más enorme de las profecías. Buena o mala, eso no lo sabes. Lo único que puedes hacer es esperar y ver qué pasa. Ahora un grupo de borrachos que están en la parte de de- 12
abluciones lante han retomado la canción y se ponen a cantarla con la voz única de un gigante fugitivo. Habla de la mujer fantasma que ronda junto a las botellas de tequila. Igual que todos los fantasmas de gente asesinada, la mujer anda en busca de una ayuda imposible. Hay un espejo que recorre toda la barra, y mientras preparas las cosas para empezar la jornada sueles vislumbrar, o eso te parece, movimientos furtivos de luz justo encima de tu hombro y en el reflejo de tus gafas. Es algo que pasa todo el tiempo, así que nunca le prestas atención, hasta que una noche, estando solo en el bar, el fantasma te para en seco ejerciendo una presión gélida sobre tu hombro. A ti te da la sensación de que te acaban de vaciar de aire los pulmones y la boca y de que no puedes ni inspirar ni expirar, y tratas de seguir caminando, y esta vez ya no sientes la fuerza terrible, pero las botellas de tequila tintinean cuando pasas a su lado. No puedes dejar solo el bar y todavía falta más de una hora hasta que venga alguien a ayudarte, y lo que te hace falta de verdad es una buena copa de Jameson, pero no tienes valor para pasar por delante de los tequilas y llegarte hasta el surtido de whiskys. Como vuelvas a oír el tintineo, te dices, te vas a dar un cabezazo contra el borde metálico del fregadero y te vas a noquear a ti mismo, y de pronto te viene la imagen de tu cuerpo inconsciente y despa tarrado sobre las esterillas de goma de detrás de la barra. El fantasma se ha materializado del todo y permanece suspendido encima de ti como si te fuera a atacar, pero tú te has 13
patrick dewitt quedado ahí fundido y no parece que haya nadie en casa, de manera que el fantasma, disolviéndose, regresa lánguidamente al tequila. Tienes problemas dentales y te huele el aliento. En consecuencia, recibes pocas propinas, tienes coágulos de sangre en la boca y se te caen los dientes mientras comes cosas blandas, como por ejemplo puré de patatas y arroz. Estás hablando con la mujer del propietario del bar cuando una muela entera se sale de su sitio y aterriza encima de tu lengua. Tú haces lo que puedes para que la mujer no note nada, pero hablas raro y ella ladea la cabeza con perplejidad. Sudas y te sofocas y rezas por que no te pregunte qué te pasa, pero ya está abriendo la boca y eso es justamente lo que te pregunta. Así que te tragas la muela y extiendes las palmas de las manos para enseñarle que no estás escondiendo nada. Que eres un hombre honrado con un corazón limpio y esperanzado. Habla del nuevo portero, Antony, que al final de su terce ra noche de trabajo le siega accidentalmente el pulgar a un hombre. Antony es un experto en artes marciales mixtas, conocido por noquear al primer golpe y por su aparente incapacidad de sentir dolor. Le fastidia tener que coger estos trabajos en el bar para sobrevivir y siempre se está preguntando si sus jefes le escatiman más de lo que es habitual. A ti te resulta un tipo intrigante y te impresionan sus prejuicios cuando él te cuenta 14
abluciones que solamente escucha hip-hop de la Costa Oeste. Cualquier cosa que haya sido escrita o producida fuera de California ya no le interesa; no hay excepciones a esta regla. Antony te coge simpatía porque eres muy blanco y flacucho. Él es puertorriqueño y le maravilla la vida de borracho que llevas. Te pregunta si acaso solamente comes un cheeto al día y tú le dices que a veces, si estás muerto de hambre, te puedes comer dos. Le dices que estás disponible como sparring los martes y los domingos. Las luces están encendidas y Antony está gritándole a todo el mundo que se marche del bar. Está descubriendo que la gente es capaz de hacer lo que sea para no marcharse, y que siempre tienen montones de excusas a mano, pero ahora se les están acabando y él se está poniendo de mal humor. Ya ha conseguido echar a todo el mundo y se dispone a cerrar la pesada puerta de acero cuando Simon lo llama por su nombre y él se da la vuelta. Intenta cerrar la puerta mientras habla con Simon, pero se encuentra con que está encallada, de manera que le arrea tres portazos con todo el peso de su cuerpo y por fin el pestillo se cierra y él se aleja, pero de pronto oye un aullido fuera y regresa para asomarse por la mirilla y ve al hombre al que le falta un pulgar dando vueltas sobre sí mismo y sangrando, y en ese momento Antony pisa algo, más adelante dirá que pensó que era una colilla de puro. Limpiáis el pulgar, lo ponéis en hielo y se lo dais a un amigo del hombre que lo ha perdido, que se lo lleva a toda prisa al hospital; a continuación te pones a burlarte de Antony y lo acusas de racista tremendo y obcecado con dejar sin dedos a los pobres blancos inocentes. 15
patrick dewitt Él levanta la vista para mirarte a los ojos y te das cuenta de que está acongojado por lo que ha hecho. Yo sé lo importantes que son para un hombre sus manos dice. Le tiemblan los hombros y los trabajadores del bar no dicen nada. Es en ese momento cuando te enamoras platónicamente de Antony. Cuando duermes, tus sueños son como los de un idiota: sacas brillo a los ceniceros, repones las cubiteras, buscas a tientas una botella que a veces está y a veces no, o bien intercambias nombres y frases de cortesía con clientes que te suenan de vista. Estas situaciones se suceden de forma cíclica y tienen una textura idéntica a tus recuerdos de borracho. En consecuencia, no tienes más que una vaga idea de qué es lo que ha sucedido en realidad y qué es una ficción, y siempre estás sacando a colación conversaciones con gente con la que no has hablado nunca, o bien le niegas el saludo a gente con la que sí has hablado, por miedo a no haberlo hecho. Y es por eso por lo que la clientela en general no sabe qué pensar de ti: hay quien dice que eres tonto y hay quien dice que eres maleducado. Cuenta cómo tomas pastillas en el almacén a las siete de la tarde y te sientas en un taburete de la barra a esperar a que te suban. La luz del sol traza una delgada línea de tiza por debajo de la puerta y hay dos clientes que te están mirando. Tienen las 16
abluciones copas vacías y quieren pedir otra ronda, pero los estás poniendo incómodos Por qué sonríe ese tipo?, se preguntan. El bar está en silencio y las pastillas se te congregan en las yemas de los dedos como estudiantes perezosos en un pasillo vacío. Habla del efecto que tiene la luna llena en la clientela del fin de semana, y del miedo que te entra a ti cuando ves la luna llena encajada en un rincón del cielo. Habla de ese bajito musculoso que va desnudo de cintura para arriba y se muere de ganas de pelearse. En un momento dado le arrea un botellazo en la cabeza a un tipo más grande que él y es prendido por el portero. El musculitos se demora teatralmente un buen rato en marcharse, de manera que para cuando llega a la salida ya hay una multitud furiosa esperándolo en la acera. Tú te acercas a la puerta para mirar, porque el mundo está lleno de bajitos musculosos que siempre andan buscando pelea y a ti te gustaría ver cómo a uno de ellos le hacen daño o lo matan. El musculitos está plantado detrás de dos porteros y escu - pe amenazas insultantes a la gente que hay en la acera; el tipo que ha recibido el botellazo se planta al frente del grupo, orgulloso de su cara ensangrentada. La herida ha despertado en él cier ta grandiosidad y ahora se lame la sangre y se le pone una mirada salvaje y maravillosa y lo dice con toda claridad: Va a matar al musculitos. Los porteros no corren peligro pero tampoco les gusta proteger a un villano, así que por fin, co mo no hay manera de que el musculitos se calle, se lo entregan a la gente para que lo destrocen. Lo acorralan contra el muro 17
patrick dewitt del edificio y hasta el último momento él permanece confiado en que va a salir victorioso y les pregunta a las veinte personas congregadas quién va a ser el primero y la respuesta le llega en forma de tremendo puñetazo en la cara. El puño pertenece al hombre de la cabeza herida, que se queda encantado con el puñetazo que acaba de dar, y no es para menos: la situación parece un sueño heroico. El musculitos se cae redondo y el gentío se agolpa a su alrededor en busca de espacios para golpear. Habla de Curtis, un hombre negro tristón y cliente habitual del bar que siente una atracción fetichista por el mundo policial. Lleva una gruesa chaqueta de motociclista de la policía y gafas de sol de espejo y una pesada pistolera de cuero vacía. De su cinturón cuelga otra pistolera para el zippo; sabe hacer muchos trucos con el encendedor y siempre está ofreciendo cigarrillos a la gente para poder exhibirlos, y eso que él no fuma. Sufre esa enfermedad de la piel que se llama «vi - tíligo» y tiene las dos manos, desde los nudillos hasta las yemas de los dedos, llenas de manchas de un color rosa pálido co mo de carne hervida. No para de poner Memory Hotel de los Rol ling Stones en la máquina de discos, una canción que antes te gustaba pero que él te ha estropeado. Se dedica a cantarla, ansioso por demostrar que se sabe toda la letra, y la lengua le asoma de la boca como si fuera un tentáculo, por entre unas encías que parecen cortinas de un sucio color morado. Lleva el pelo corto, con la parte de los costados de la cabeza afeitada; tiene una calva del tamaño de un dólar de plata, donde se pone 18
abluciones una crema que huele a huevo, un olor que a menudo te alerta de su presencia. La cabeza se le mece intensamente al beber y el cuello se le estira mucho, como si fuera un chicle. Tiene muchos hábitos molestos, y uno de los peores es el de pedir siempre la misma bebida que tú. Cuando decidiste cambiarte de una vez por todas al Jameson, por ejemplo, Curtis hizo lo mismo. Cuando comenzó a dolerte el hígado y empezaste a mezclar ginger ale con el whisky y a alternarlo con zumo de arándano, Curtis hizo lo mismo. Esto podría ser un ha lago perfectamente sincero, pero lo más seguro es que sea su plan para infiltrar en tu inconsciente la idea repelente de que él y tú sois almas gemelas. Además, la manía de copiarte en todo hace que le resulte más fácil gritarte «que sean dos» cada vez que ve que te acercas a las botellas para servirte una copa. Después de que la bebida le baje por la garganta siempre te bombardea con elogios, y a la mínima que haces un chiste se pone a rebuznar, pero no se puede decir que ande buscando amistad, solamente whisky gratis. Tú se lo suministras porque lleva años bebiendo a cuenta de la casa, y la única alternativa que se te ocurre sería tener una conversación en serio y básicamente romper con él, y también porque a fin de cuentas el whisky no es tuyo, y es más fácil regalarlo que tener una conversación tan íntima con alguien a quien te pasas todas las noches haciendo lo posible para evitar siquiera mirar. Curtis no siempre ha sido así. Cuando empezó a venir era un cliente modélico. Dejaba buenas propinas e invitaba a rondas y pagaba cuentas que no eran suyas, y al final de la noche ayudaba a limpiar la barra o a reponer cervezas y si le dabas las 19
patrick dewitt gracias se mostraba todo avergonzado y amable. Nunca se emborrachaba demasiado, nunca sonreía lascivamente a las mujeres, rara vez hablaba y nunca sobre sí mismo, y ni una sola vez llevó las gafas de sol de espejo puestas dentro del local. Le caía bien a todo el mundo, tú incluido, y siempre lo agasajabas con amabilidad y gratitud, y al final también con alcohol. Al principio se había negado a aceptar que lo invitaras a copas, y se fingía escandalizado, como si la idea no le hubiera pasado jamás por la cabeza. Luego, y sólo después de insistir, empezó a permitírtelo de uvas a peras, y sus propinas reflejaban su agradecimiento por el gesto. Gradualmente, sin embargo, fue aceptando las copas más y más a menudo y al cabo de un tiempo, seis meses tal vez, se dio por sentado que Curtis era uno de los clientes que bebían a cuenta de la casa. En cuanto esto quedó establecido, en cuanto estuvo inextricablemente incrustado en la fibra misma del bar, en cuanto Curtis se volvió cliente habitual, empezó a cambiar, o bien, tal como tú crees, a revelar su yo verdadero, el hombre que había sido todo el tiempo: se interesó por las mujeres y se convirtió en uno de esos que se ponían a hablar con ellas y las molestaban; se ponía borracho perdido y hablaba siempre de su vida, o mejor dicho, mentía sobre su vida, y las mentiras eran patéticas, demasiado hasta para desmontárselas; dejó de ayudar con las tareas de después de cerrar pero se seguía quedando, haciendo comentarios en privado y ofreciendo discursos para subir la moral cuando nadie se los había pedido; por fin sus propinas menguaron hasta desaparecer, de billetes de diez pasaron a bille tes de cinco, luego a billetes de dólar, calderilla y por fin nada de 20
abluciones nada, y aquél era el peor aspecto del nuevo Curtis, porque él confiaba en reemplazar el vacío del bote de las propinas con su amistad falsa y opresiva. Ahora se dedica a mirarte fijamente hasta que no te queda más remedio que devolverle la mirada, y entonces se pone a hacerte gestos para que te le acerques, como si fuerais compañeros íntimos que tienen cosas tremendas que compartir. Te narra alguna falsedad obvia acerca de alguna novia imaginaria que tiene y a continuación te aprieta el hombro y te pregunta si te has tomado una copa hace poco, y si le contestas que no él te dice: «Pues tomémonos una juntos». Si le contestas que sí, te dice que eches el freno para que él te pueda alcanzar, y te pide con humildad rastrera un chupito doble de whisky y una cerveza, cualquiera que esté fría, cualquiera que no sea Budweiser ni Pabst ni Tecate, y de esa manera descarta todas las cervezas salvo la Guinness, la más cara de todas, que es la que él ha querido desde el principio. Hace tanto tiempo que Curtis dejó de ser el cliente modelo que la mayoría ya no se acuerdan de aquella fase, o bien sostienen que solamente dejó propinas y se quedó a ayudar un día o dos como mucho. Los que sí se acuerdan dan por sentado que Curtis ha caído en una mala racha y se apiadan de él, pero tú sabes que tiene un empleo en una copistería de la cadena Kinko s porque has pasado por delante con el coche y lo has visto trabajando allí. Podría seguir dejando propinas pero ha decidido no hacerlo, y tú estás convencido de que ha estudiado a todos los empleados del bar y ha llegado a la conclusión de que no hay ni uno a quien le importe lo bastante su trabajo como para dejar de apuntarle las copas en su cuenta infinita, y 21
patrick dewitt lleva razón. A veces ves ese conocimiento resplandeciéndole en los ojos, y ves también las ganas que tiene de contárselo a alguien, a quien sea, pero no se atreve por miedo a que eso afecte la posición tan frágil que ocupa, y cada vez que le cae una co pa gratis siente un alivio tremendo y suelta una risa bien fuerte y piensa para sí mismo: Cuánto tiempo me dejará esta gente seguir bebiendo de gorra? Una noche está borracho y se pone a susurrar al oído de una mujer que ha venido sola. No puedes oír lo que le está diciendo y tampoco lo quieres saber, pero la mujer se ofende y ves que se aparta de golpe y lo rocía con su bebida y llama a Curtis «pringado», y de alguna manera la expresión atormentada y ridícula de él plasma exactamente el significado de esa palabra, y a ti te traumatiza el entender por fin su sentido verdadero, a saber: alguien que la pringó, que sigue pringado y que lo va a seguir estando durante el resto de su vida, hasta que se caiga muerto y lo entierren. La mujer se marcha del bar y Curtis se retira al baño a secarse la cara y las pistoleras. Regresa como si no hubiera pasado nada, y antes de que pueda empezar a atacarte telepáticamente tú te vas a la botella de Jameson y sirves dos chupitos largos. Curtis quiere brindar por la amistad, pero tú optas por la salud, y él se encoge de hombros y se echa el whisky al gaznate y tú le ves relucir las amígdalas cuando inclina el vaso hacia atrás para vaciarlo. Al llegar el aviso de cierre, tiene la cara apoyada en la barra y la calva húmeda le brilla bajo las luces, y tú sientes cierta calidez hacia él porque hay algo infantil en su cabeza y en su cráneo, algo inocente y bueno, y te preocupa ese cráneo que está 22
abluciones ahí apoyado y dormitando, y se te ocurre envolverlo en algodón y ponerlo a resguardo en algún armario, pero cuando levanta los ojos enrojecidos y los clava en los tuyos, cualquier ternura que pudieras sentir hacia él se esfuma rápidamente. De pronto lo odias y le dices que se tiene que ir a casa, y él se vuelve hacia el letrero verde resplandeciente de salida que cuelga por encima de la puerta. Siguiendo su orden, sale con pasos tambaleantes al aire de la noche. Nos vemos mañana dice levantando la voz, y tú pones los dientes a rechinar. Los fregaderos están llenos de un agua fría y marrón, y el brazo con el que echas dentro todos los vasos sucios es como un gancho, y oyes el ruido amortiguado del cristal que se rompe debajo del agua y te entran ganas de sumergir las palmas de las manos y hacértelas jirones, pero te limitas a vaciar los fregaderos y a contemplar cómo reluce el montículo de añicos de cristal bajo la luz roja chabacana del bar. 23
Este libro se terminó de imprimir en los talleres de Romanyà Valls en el mes de septiembre de 2010 Una taberna es un lugar en el que la locura se vende en botella. Jonathan Swift www.librosdelsilencio.com